El flujo de trabajo editorial o la piedra en el zapato

Si hay algo que está claro es que el advenimiento del libro electrónico ha traído toda una serie de cambios al mundo editorial. Cambios que, paradójicamente, se vienen dando en ciertos procesos (la conversión a formato digital, sobre todo) que podríamos calificar de accesorios, cuando lo que se debería ver afectado es el flujo de trabajo completo (el workflow, por si hay algún gurú apasionado del idioma de Shakespeare en la sala).

Eficiencia = ahorro

Hace tiempo que Jaume Balmes escribió un magnífico artículo, de título «El editor eficiente», en el que pormenorizaba el proceso por el cual un trabajo editorial podía organizarse de una forma muy efectiva, generando con ello un considerable ahorro.

Mucho tiempo ha pasado ya y seguimos viendo (hablo desde mi perspectiva de freelance, claro está, pero conozco algunos casos de primera mano, y otro muchos de segunda) una metodología anclada en el pasado. Un flujo de trabajo obsoleto, lento y, sobre todo, improductivo. Un flujo de trabajo que condena a las editoriales, grandes o pequeñas, a perpetuar modelos que sólo contribuyen a generar más problemas para tareas que se podrían realizar de manera más efectiva.

Word y el dilema del manuscrito

Desde hace años la metodología que rige el proceso editorial es la misma: 1) un autor entrega un manuscrito al editor (en la mayoría de ocasiones elaborado con un procesador de textos); 2) el texto pasa por una (puede que más) corrección de estilo; 3) la obra pasa a composición/maquetación para su disposición impresa; 4) se realizan correcciones ortotipográficas (no siempre…); y 5) el libro se lleva a imprenta. (He obviado algunos pasos intermedios contingentes.)

Este proceso, válido quizá tiempo atrás, tendría que haberse visto modificado con la llegada de las nuevas tecnologías, pero parece que no ha sido así. Y con «nuevas tecnologías» no me refiero al libro electrónico, sino a la implantación de herramientas que facilitan la gestión del manuscrito, su revisión y su publicación. Tal y como se comentaba en el artículo citado, la utilización de archivos XML como base para el proceso editorial serviría para evitar que determinadas tareas (revisiones, modificaciones) signifiquen un paso atrás en toda la cadena: correcciones que han de introducirse en el original y en la maqueta, por ejemplo. Labores imprescindibles dentro del flujo de trabajo, pero que se complican innecesariamente por una organización basada en esquemas obsoletos y un rechazo sistemático a la implantación de nuevos modelos.

Eficacia y calidad vs. formatos

La utilización de estas herramientas y, sobre todo, de esta metodología de trabajo está al alcance de la mayoría de editoriales. No se trata de echar mano de software costoso o de la contratación (dios nos libre…) de personal cualificado; los programas que se utilizan pueden ser incluso de licencia libre, como es el caso del trabajo que algunas publicaciones científicas llevan a cabo con LaTeX (lenguaje que incluso algunas editoriales extranjeras emplean en sus procesos editoriales habituales).

Obviamente, estos cambios exigen una inversión: de dinero y, por encima de todo, de tiempo. Pero también exigen un compromiso de los editores con la calidad y la eficacia; no basta con «sentirse» editor, con dejarse ver en presentaciones o con descomponer (o componer) cuentas de resultados: hay que participar en un proceso por conseguir mejorar el nivel del libro en todos los aspectos. Las herramientas por sí solas no mejoran ni la productividad ni el contenido; tampoco lo hacen los buenos propósitos ni las expectativas creadas en nuestra imaginación.

No se trata de abrazar un formato concreto (XML, LaTeX, HTML), de instalar un software concreto o de contratar a una persona concreta, sino de buscar la eficiencia en los flujos de trabajo para que el resultado sea el mejor posible. Y también, por qué no, ahorrar con ello disgustos, tiempo… y dinero. Para ello, como sugiere Aharon Quincoces, quizá habría que invertir en una formación específica casi inexistente hoy día para los futuros editores. Una formación que hiciese hincapié en que la eficiencia pasa por emplear bien los recursos, tener un flujo de trabajo coherente y concebir la labor del editor como un compromiso con la calidad.

1 Comentario

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  • 05/05/2015 en 19:11

    Hola Emiliano
    Me parece interesante lo que cuentas, pero ¿cuál es el modelo de flujo que propones?
    Nosotros, ciertamente, desde hace unos meses estamos incorporando el etiquetado xml al proceso, y como bien dices, lo que hace es alargar y complicar el proceso de producción, pues este etiquetado lo hacemos con fines de conservación del texto y una futura reutilización (aunque por lo que yo sé las notas al pie suponen un problema) del mismo.
    Me gustaría, por tanto, conocer ese workflow más eficiente del que hablas.
    Un saludo (seguiré leyendo otras entradas tuyas).
    Pedro

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