Calidad y precio en los libros electrónicos (I)

A raíz del pasado Congreso de Libro Electrónico celebrado en Barbastro y de las provechosas charlas que se mantuvieron con algunos de los participantes, uno lleva dándole vueltas al tema de la calidad en los libros electrónicos. Y la pregunta claves es: ¿cómo definimos esa calidad en lo que a ebooks se refiere?

El libro impreso y el tacto del papel

Sólo un profesional puede entender el proceso por el que se ha llegado a un resultado y puede discernir si el trabajo que hay detrás es bueno o no. Una novela, por ejemplo, puede componerse en un procesador de textos cualquiera, corregirse e incluso enviarse a imprenta; obviamente, el resultado no es el mismo que si la maquetación se lleva a cabo con un software específico, puesto que el diseño final, los elementos gráficos y el equilibrio tipográfico no se pueden controlar con eficacia con un software que no está diseñado específicamente para la publicación.

A la hora de juzgar el resultado del proceso de producción de un libro impreso tenemos la ventaja de la tangibilidad: el ejemplar en papel se puede examinar y cualquiera puede comprobar si está bien hecho o no. Por supuesto, un tipógrafo o un diseñador gráfico no lo juzgarán de la misma forma que un neófito, pero en general cualquier persona tendrá la capacidad de aquilatar el objeto.

Hasta ahora, esa valoración era un elemento importante a la hora de comprar un libro: un componente que servía para separar libros mal hechos de otros mejor editados.

El libro electrónico y el «todo vale»

Con la llegada de lo digital y la irrupción de los ebooks en el mercado de forma más o menos asidua (que no mayoritaria) asistimos a un derrumbe de las exigencias de calidad. Ahora se clama por la importancia del contenido frente al continente: es decir, que lo que importa es el texto, no el soporte; una afirmación no exenta de verdad, pero que encierra una serie de consideraciones secundarias.

Cuando hablamos de contenido frente a soporte parecemos aplicar al texto una importancia capital, cuando en el resto de productos que consumimos no es así. Buscamos tomates rojos y frescos; compramos smartphones de gama alta con bellas líneas; amueblamos la casa con hermosas estanterías de diseño… La ilusión de esa oposición contenido vs. soporte sirve, creo yo, para justificar el que el coste tenga que abaratarse. Tanto es así que se afirma con rotundidad que el coste de producción de un libro electrónico tiende a cero, ya que el trabajo previo está hecho y rentabilizado.

La falacia del coste de los libros electrónicos

El problema estriba en que no todos los libros son iguales, aunque sí que merecen producirse en igualdad de condiciones. Con esto quiero decir que, como bien apuntaba Jorge Portland en la excelente entrada de su blog, «Enséñame la pasta»:

[…] a día de hoy, la mayoría de los libros electrónicos que se venden no son rentables económicamente. ¿Hay libros que recuperan la inversión de producción? Sí, los hay, pero son la minoría. El resto tienen que sobrevivir con 1 o 2 descargas al mes (o menos) a precios que no cubren ni el coste de mantenimiento a la venta de esos títulos.

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Editar y producir un libro electrónico siempre tiene un coste. Por supuesto, no es lo mismo poner en el mercado una novela de 300 páginas que un libro de matemáticas de 400; mientras que la primera tendrá un coste de producción casi residual, la conversión del segundo puede requerir una inversión casi similar a la efectuada para su publicación en papel, puesto que tendremos que corregirlo de nuevo, convertirlo a código con suma atención, editarlo convenientemente, etc.

¿Calidad; qué calidad?

La calidad pasa a un segundo plano cuando entra en juego la valoración del libro y las apreciaciones sobre su coste. Esos lectores que se echan las manos a la cabeza por el abusivo precio de un libro electrónico (y que posiblemente jamás pisaron una biblioteca) no reparan en que la producción de un libro conlleva un proceso en el que intervienen varios profesionales.

El hecho es que una novela de un autor que se autopublica (por ejemplo, con Amazon) puede tener un coste realmente bajo porque no ha pasado por ningún filtro: lo más probable es que no haya sido corregida de forma profesional, y por supuesto ningún editor ha puesto una mano sobre ella; de manera que el coste que el autor considere oportuno sólo repercutirá en su bolsillo (y en el de Amazon, claro, que no está en este negocio por un súbito amor a la cultura…). Dado que muchos de estos autores están más interesados en darse a conocer que en hacerse millonarios muy rápido (más adelante, ya se verá), es lógico que abaraten sus libros para que la difusión sea la máxima posible.

Frente a esta situación tenemos la de un libro de un editor tradicional. En este caso habrá algunos procesos ya realizados (supongamos que la corrección, por ejemplo, no es ya necesaria), pero otros son ineludibles: conversión a formato digital, edición y revisión final, distribución y promoción. Incluso dando por bueno aquello de que convertir un libro a formato electrónico es coser y cantar (trataremos el asunto en otra entrada), o que la distribución para los formatos digitales es virtualmente gratuita (falso), tenemos dos gastos que abultan nuestra factura: la revisión y la promoción. Y ni siquiera entramos en considerar los gastos generados por la traducción de un libro en lengua extranjera.

Calidad y precio en los libros electrónicos (II)

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